miércoles, 24 de marzo de 2010

Una fortuna en lápices de colores

... Cuentan por ahí que la reina del país de los filósofos se enamoró de una sinrazón"

Marelia era joven para asumir las responsabilidades de un gobierno de los seres más ingobernables del mundo, pero la muerte de su padre fue algo que ninguno de los sabios supo predecir. Tras un par de años aprendiendo de sus súbditos, sufriendo el ser cuestionada y alentada por otros, decidió darse un merecido descanso.

Llegó el verano y decidió visitar a un amigo de la infancia que con los años se había convertido en un rico terrateniente. Para celebrar la llegada de su amiga, éste decidió contratar a un grupo de comediantes que pasaban de vez en cuando por pueblos de comarcas cercanas y preparar un gran banquete al que asistieran viejos amigos.

Pasaba la tarde... entraba la noche y, entre la gente, la joven reina era una más entre risas y bebidas. Marelia era una chica de porte elegante, pero de maneras no muy esmeradas. Sin embargo, tenía una mirada que siempre había dicho mucho más que sus palabras. Quiso el destino que los ojos de la reina y los del comediante se cruzaran, y que ella quedase prendada de los vivos y enérgicos movimientos de ese delgado cuerpo que se hacía dueño del escenario, y ahora también de su atención. Todos disfrutaban de una entretenida comedia ignorando que entre la invitada y el hábil actor protagonista había surgido una subterránea y casi imperceptible complicidad. Un ir y venir de miradas dibujó una cantarina sonrisa en el rostro de la real invitada.

El actor, a cuyo nombre no había prestado atención, se acercó a ella tras la representación. Ella, nerviosa pero interesada, le felicitó por su buen hacer en el escenario, y lo invitó a su mesa para seguir la conversación. En ese preciso instante, entró en la casa el guardía que estaba al cuidado de la reina. Debían marcharse. Había estallado una revuelta al conocerse que estaba ausente.

¿Se preguntaría si salvaguardar su vida valió no volver a saber de él?...

jueves, 4 de marzo de 2010

¿Influencias?


Sabía que algún día se instalarían en mi cabeza algunos pelos rojos, aunque he de confesar que son rojos porque me faltan h***** para teñirme de rosa a lo Rosa María Calaf.
Corro, intento no ser un puntito más en esa masa sardinera que al abordaje monta en el metro de las 8.00 AM. Pero lo corriente también corre tras de mí. Corre (tal vez por está en su naturaleza etimológica el hacerlo) y muchas veces me alcanza, haciéndome, por ejemplo, cantar el Single Ladies de Beyoncé.
Beyoncé, ¡Qué gran mujer! Aunque no tanto como la Señora Calaf.