viernes, 13 de febrero de 2009

Recapitulaciones: La nube


Barcelona, escenario perfecto para que nuestra chica dual acabe un año entre ramblas y vanguardismo paseando por las calles en las que se dejó la sonrisa. En sus manos el kilo y medio de carne picada que en algún momento fue un corazón vivo y fuerte.
Uvas catalanas, empieza el 2008. Sucesión de hechos y sorpresas: todo imprevisible, como un accidente en cadena. Los primeros exámenes de una carrera buscada y deseada, la aparición inesperada de un chico que cumplía sus más profundos deseos de actitudes absurdamente caballerescas y un buen trabajo salido de una entrevista de la que pensaba nunca le llamarían. Empieza a sentirse imparable. Si bien la suerte siempre le había sido esquiva, ahora parecía ella su niña mimada.
Y los días pasaban así: entre trayectos de 45 minutos de sueño que la teletransportaban a la urbe madrileña con la cara estampada en el cristal del autobús y jornadas laborales en una oficina la mar de chula y colorista.
Todo ello sucedía en un halo de gracia suprema, paz y seguridad que llegaba a su máximo esplendor cuando era viernes y, al salir del trabajo, cogía la maleta que la había aguardado toda la mañana en el armario de la empresa. Viajes en ese tren que empezaba a serle cada vez más familiar y la llevaba a los brazos de su caballero de la vieja Aquitania. Le encantaba sentirse parte de ese uno más uno. Realmente ella disfrutaba de su papel de princesita por unos días. Cada vez le dolía más el final de esos fines de semana, pero era feliz mientras duraba esa especie de representación casi teatral de perfecta convivencia.
De vuelta a su casita en la sierra madrileña, le esperaban su madre y su hermana. Con ellas compartía galletas y bollería, el mejor souvenir de su visita al otro lado de la frontera.
Cuando se apoderaba de ella la melancolía, corría a refugiarse en su habitación. Escuchaba una y otra vez la canción que había nombrado BSO de su bonita relación; en su cabeza se reproducía una y otra vez una selección de sus escenas favoritas del fin de semana. Una hora con la misma canción tumbada en la cama, cerrando los ojos y abrazando los cojines, perdiéndose en el olor a jazmín del incienso nuevo que escogió por su caja morada: morada como los libros del cuatrimestre, que eran todos morados; morada como la camiseta que ella llevaba en la primera cita. Era esa buhardilla su hábitat natural y ese su momento perfecto.

(Continuará)

Mew - Special

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